No hay como predicar con el ejemplo, sobretodo contra una mujer que aún siendo angelical tiene sus momentos de tozudez más absoluta, vamos más tozuda que una mula. En varias conversaciones le oí decir que a ella no le gustaba Canarias, lo cual yo que aunque soy isleño de otras latitudes (Baleares que también son guapas) soy un fanático de esas maravillosas islas atlánticas de eterna primavera y de paisaje cambiante, así que ni corto ni perezoso tuve como objetivo mas inmediato, intentar (que no es poco) cambiar esa frase de su mente si era posible.
Aprovechando su cumpleños el diez de enero, se me ocurrió unas semanas antes entrar en internet y reservar dos pasajes con destino a una de las islas afortunadas y aunque dudé cual de ellas, lo tuve más o menos claro por la imponente mole que da símbolo y vida a todo un archipiélago y bate record de altura en todo el país. Tenerife y el Teide.
Mis temores se cumplieron para el día que fuimos a visitarlo y todo el día estubo rodeado de una nube gris. Así recordé que durante un invierno que viví en la isla vecina de Gran Canaria oía a menudo esa triste y bella canción del Teide en la nube grís, llena de melancolía y pasión por la tierra canaria. No podíamos ver el Teide y aunque en la canción empezaba con un amanecer la hora era más bien el atardecer, pero ahí estaba la nube grís. Además en algunos momentos le daban un toque de misterio y elegancia y además las nubes junto a las corrientes de aire hacían unas formas muy curiosas en el pico. Eso sí no se dejaba ver ni por asomo.
Esas nubes que a pesar mi enorme deseo de que se fuesen, seguían allí también tozudas pero dando un aspecto poco usual al coloso volcán. De hecho a veces podíamos agudizar nuestra imaginación, y a veces incluso podíamos imaginar caballos en forma de nubes pasando por lo alto del pico que se negaba a dejarse ver.
Pero como dice la canción que reza "viendo el Teide asomar por entre una nube grís" así fue como al final hizo caso de mis deseos cuando estaba a punto de rendirme y poco a poco fue descubriendo su velo y entre una especie de foulard bajo su pico y otra de elegante sombrero encima de su cima, fue dejándose ver cual bella dama que no quiere dejarse ver demasiado.
Y poco a poco descubriendo su cara, nos dejó un ratito contemplar (entre la nube gris) su figura, su rancio porte, su colosal silueta y permitiendo que durante poco tiempo pudieramos disfrutar de esa cara que ocultó durante la primera hora de la mañana hasta que por fin enseñó su poderio, su porte, y su magnífica presencia regia.
Eso sí, como gracil y poderosa dama sólo se nos permitió observar durante escasos diez minutos, los mismos que habla esa hermosa canción de que se deja observar el Teide entre esa nube gris, al canario que se aleja de su tierra, pero deseando volver al calor del volcán. Poco a poco las nubes volvieron a la cima tapando de nuevo como si se tratase de un tesoro natural (que sin duda lo es), jugando con el deseo de turistas y curiosos que quieren verlo.
En nuestro caso pudimos ver ese día el Teide y regresamos al día siguiente y viendo un amanecer desde las cañadas del Teide sin nube alguna, que sin duda quedará en el memoria y en el corazón de la ibicenca que no le gustaba Canarias y que ahora desea con mucho anhelo regresar a las islas de la eterna primavera. Como dice la canción en su primera estrofa "amanecer que siempre quedará en mí"